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Acerca de Grey y de la preocupante sombra que deja
Lo primero es confesarme. No he leído los libros de E.L. James sobre las «Cincuenta Sombras de Grey«, y no sucumbí al estreno de la primera película en 2015. No crean que fue por falta de ganas. El caso es que no lo hice. Por eso quizás este atracón de ver las dos películas, con apenas una semana de diferencia, me ha dejado el poso que me ha dejado: honda preocupación.
Espero que las niñas de hoy sean mucho más inteligentes y no vean con normalidad que una chica lo permita todo por amor. Aún sin haber leído los libros, las películas son una versión tan superficial de los mismos que en determinados momentos se vuelven irresponsables por la forma en la que plantean según qué comportamientos en pareja. Me voy a explicar:
Mi encuentro con las «50 Sombras de Grey»
Cuando terminé de ver la primera película de las 50 Sombras de Grey pensé que me hubiera gustado más si el protagonista hubiese peinado canas y cumplido así mi estereotipo de hombre atractivo y misterioso. Se me quedó cortito el chaval, ¡qué le vamos a hacer! Luego la película en sí me pareció plana, aburridilla, y romántica, eso sí, de esas de cuento de hadas: hombre joven, guapo, millonario y poderoso se enamora de mujer guapa y pobre y está atento a todas sus necesidades. Él pedía lo que pedía con cierto respeto, dejaba las cosas medianamente claras, y se debatía tierna e internamente ante algo nuevo para él: enamorarse.
La parte más enrevesada del lío mental y las distorsiones emocionales de él, que en la película tampoco es que tengan demasiado peso, y que además son manejadas por ella con suficiente nivel de conciencia y personalidad, me resultó un sutil recurso argumental secundario para hacer diferente la historia. Nada más.
Así que sin entrar en la calidad cinematográfica de la película, ni en el desempeño de los actores, y concluyendo que no es ningún peliculón y que la veía en la comodidad de mi sofá, me dejó satisfecha. Tampoco soy yo muy exigente en las circunstancias descritas.
Sin embargo, supuse, porque aunque no he leído el libro me fío de todos los comentarios que me han llegado, que la diferencia entre la literatura y la película es consecuencia de un proceso de limpieza, moralista e higiénico que ha sufrido la historia para llegar a la gran pantalla. Y para lo que ha quedado, en mi humilde y muy sesgada opinión, hubieran lucido mejor un Bradly Cooper, un George Clooney, un Daniel Graig o incluso un Mickey Rourke, en sus mejores tiempos, claro, cuando de hecho le iban ese tipo de papeles. O ya puestos –hummmm-, un Hugh Jackman. Entendería mucho más a Anastasia con un Hugh Jackman queriéndole dar “candela”.
El caso es que no consiguió la primera película dejarme con ganas de más. Ni siquiera con lo abierta que se queda la historia (y no digo más para no fastidiar a los que aún quieran verla). Por eso me costó abordar lo de ir al cine a ver la segunda película.
Mi reencuentro con las «Cincuenta Sombras Más Oscuras»
Tanto avisar, tanto comentario del tono más subido de las escenas sexuales, tanto ruido procedente de la siempre paradójica doble moral americana, me llevó a generar demasiado de algo que casi siempre fastidia los momentos vitales si no lo gestionamos bien: las expectativas.
Así, con las expectativas, convencí al peculiar grupo de mujeres que nos habíamos juntado aquel sábado por la tarde para ir al cine. Y todas nos decepcionamos.
Si poco argumento tenía la primera película de «Cincuenta Sombras de Grey», menos tenía la segunda. Si superficial era la primera, más lo era la segunda. Deberían pedir evidencias de haber leído los libros antes de entrar en las salas, para que la gente no se quede como nos quedamos nosotras. Y yo, además, personalmente, también me quedé preocupada.
¿Qué despertó mi preocupación con «Cincuenta Sombras Más Oscuras»?
En la segunda película me encontré con una Anastasia que empieza a pedir la “candela” que se negaba a recibir en la primera película. Me encontré con que la chica empezaba a ver apropiado, sin estar entre sus deseos, que el amor necesite incluir el daño físico o la sumisión. Y que nadie se lleve las manos a la cabeza, porque yo defiendo la libertad de las personas para hacer lo que quieran por encima de todas las cosas, siempre y cuando no suponga obligación o prohibición no consentida por ninguna de las partes. Y aquí me quiero detener.
No podemos descafeinar tanto las historias si al final lo que queda es tan superficial que invita a errores. El cuento de hadas del hombre rico y poderoso no existe, y aún menos si eso implica consentir, sin quererlo, daños físicos o malos tratos psicológicos. No señores y señoras guionistas, no descafeínen tanto las historias, no se dejen llevar por la doble moral y la venta en taquillas y no nos presenten a una chica que consiente por amor en la historia de E. L. James. No tiene nada que ver.
No nos viene bien como sociedad que todo esto pueda incrementar el ya alarmante y creciente número de chicas jóvenes que piensan que cuando sus parejas les impiden salir, les condicionan la ropa o les gritan, lo hacen porque las quieren. Rotundamente no.
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|Fotografía principal: Universal Studios|