Andar mirando… emociones y no conductas

Esta mañana, en mi cafetito diario en el bar de enfrente, donde un afectuoso Alberto me da siempre unos nutritivos buenos días, he mirado a la gente en la calle. Me he parado simplemente a observar. Sin juicios. Sin comparaciones. Procurando sólo sentir la emoción que emanaba de cada persona. Cuando me he terminado el café he pensado que realmente lo había conseguido porque no podía calcular cuánto tiempo había permanecido mirando a unos y otras sentada en una mesa de la terraza.

No pretendo deciros ahora muchos detalles de las personas que he observado, ni cuántas fueron, ni si eran más hombres que mujeres o datos parecidos. Soy consciente de que lo que realmente he terminado observando es a la especie humana, al colectivo. De pronto he vuelto a confirmar que por encima de profesiones, responsabilidades, estilos de ropa, smartphones y uniformes, somos animales gregarios que nos hemos complicado mucho la simpleza vital.

Así es que, ya con el ojo aguzado a la observación de la especie animal, he empezado a MIRAR de verdad. A VER. Y en esta disposición de apertura, me he centrado en percibir la emoción que emanaba de cada ser que pasaba por mi lado. El hecho es que la expresaban claramente, muy claramente, con su lenguaje verbal y no verbal, y con la energía que irradiaban sobre todo.

Había seres de pasos apresurados y caras algo apretadas, que seguramente pensaban en asuntos desagradables porque miraban casi continuamente sus propios pasos, con la cabeza gacha y el ceño fruncido. Malestar y estrés mortífero generando veneno en nuestra sangre, literalmente, se llama cortisol, consulten referencias.

Los había de rostro relajado, sí, pero con la mirada perdida en un infinito propio, de esas personas que te miran sin verte y, así enajenadas, avanzan por la calle o dejan pasar el tiempo sentadas en una de las mesas de cualquier bar. Olían a conformismo y cierta derrota. Sentí frío.

Me llamó por un instante la atención un ser que hablaba muy alto por el teléfono, como queriendo compartir su conversación con toda la calle. Estaba pidiendo explicaciones a un interlocutor que no quería darlas. Llevaba el mentón bajo, y olía a miedo. Sentí su inseguridad y su profundo deseo de que aquella explicación que no llegaba le fuera suficiente. Sus aplomos al andar le delataban.

También los había que conversaban en pareja, o en grupos. Con éstos he disfrutado durante unos minutos cazando frases inconexas sin más objetivo que cazarlas. Y las he apuntado: “y ahora cuando le veo no me saluda”… “me ha llamado esta mañana cabreado”… “ella es la seño, ¿no?, ¿qué quiere que haga?”… “sí, sí, ese es el que más manda, ese es mi jefe”… “date prisa que llegamos tarde”… “me queda un mes, para noviembre”… “voy llegando, ya voy llegando”… “me he dejado el paraguas”… “buenos días, voy al banco”….

Varias embarazadas, cuatro, fueron apareciendo en escena como para confirmar mi improvisado ejercicio mañanero de observar a la especie, porque siento que la gestación es una de las esencias animales más puras que nos quedan. Todas me han inspirado serenidad. Las de esta mañana sí.

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Me complací y me contagié de los seres que irradiaban buenas sensaciones, con el andar firme y la mirada directa; con el rostro relajado y cierta curva en la comisura de la boca.

Y la conclusión de mi observación ahora la veo muy simple: lo único que podemos de verdad saber de las personas son las emociones que emanan. Cada persona lleva colgada una historia y va viviendo en su propio escenario como pueden las emociones que impulsan sus conductas y condicionan su lenguaje no verbal, sus pensamientos, sus expectativas… Y no tenemos ni idea de los detalles del escenario, ni del guión que a cada uno le toca, ni de lo que cada uno es capaz de hacer. Lo que sí percibimos, si nos paramos un poquito, es su emoción. Porque somos de la misma especie animal. Sobre todo por eso.

Así es que pararse a percibir la emoción y no quedarte mirando la conducta te permite entender mejor, llegado el caso, su historia. O más importante, entender a las personas por encima de sus historias.

No somos lo que nos pasa, y no somos lo que nos hace hacer -para afrontarlo- lo que nos pasa. Nuestras conductas son sólo una parte muy pequeñita de lo que somos como personas, aunque es lo que más se ve de nosotros. ¿Juzgas por las conductas o ves a las personas por encima de sus historias y sus escenarios?

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