Aprender a aceptar para no vivir a la deriva
Aunque solemos tener claro que aceptar no es resignarse, no siempre lo llevamos bien a la práctica y nos encontramos resignándonos, por eso te invito a ver cómo aprender a aceptar para no vivir a la deriva.
Cuando te resignas, te dejas llevar por la vida como una barca sin rumbo, víctima de lo que ocurre. Pero cuando aceptas, incluso las adversidades más grandes pueden convertirse en palancas de cambio y mejora que pueden acercarte a tus objetivos.
De hecho, aprender a aceptar y ejercitarlo es muy importante para desarrollar tu inteligencia emocional. Tu autoestima, tu tolerancia, tu resiliencia, tu integridad y también tu capacidad de amar y de cambiar las cosas, requieren de una buena dosis de aceptación y no – ni mucho menos-, de resignación.
Fíjate bien. Cuando aceptas, perdonas, permites, dejas entrar, dejas salir, fluyes, tienes en cuenta lo que hay, y no te dejas llevar tanto por lo que te gustaría que hubiera, porque aceptando actúas. Aceptar no es tragar por tragar, eso se parece más a la resignación. Y precisamente ahí es donde encontramos la diferencia: si aceptas haces, si te resignas no.
Aprender a aceptar la corriente
Miremos las situaciones que ocurren como una corriente. Es una metáfora que me gusta mucho para ver la diferencia entre aceptar y resignarse. Yo me sitúo, de hecho, en la ría de Punta Umbría, concretamente en la Punta de La Canaleta. Cada cual va con su imaginación donde quiere. El tema es que visualices una corriente.
La ría de Punta Umbría sale a mar abierto y cuando sube o baja la marea, tiene corrientes muy fuertes. A las pandillas que habitábamos las tardes veraniegas de aquella ría de principios de los ochenta, nos encantaba cruzar nadando a la otra orilla a coger bocas de barrilete, algo que me fascinaba.
Pues a pesar de nuestra juventud e inexperiencia, sabíamos que no podíamos tirarnos al agua sin más. Mirábamos la corriente, calculábamos, y andábamos por la orilla en la dirección contraria durante un rato, más cuanto más fuerte era la corriente.
Además, definíamos el punto de llegada al otro lado con mucha, pero mucha, flexibilidad. Y hecho eso, nos tirábamos a nadar al agua, aprovechando la corriente.
No nos marcábamos un punto para llegar demasiado exigente, ni ignorábamos la corriente. Porque ignorarla sólo te lleva a malgastar fuerzas, y posiblemente a resignarte y dejarte arrastrar por las circunstancias hacia lo que no quieres.
Los pasos de la aceptación
Lo primero es comprender. Porque no se acepta lo que no se comprende.
Dedícale tiempo a la comprensión de lo que pasa, no te dejes llevar por lo que te gustaría que pasara, y observa la situación muy bien. Reflexiona y valora el coste de la meta que te has propuesto, mide tus recursos, identifica qué puedes evitar y qué no…
La comprensión es el paso que más esfuerzo requiere y más energía te consume. Pero detrás, muy cerquita, ya viene la aceptación.
Aceptar es un momento íntimo y liberador contigo: aceptar la corriente intensa que tienes delante y así ver cómo puedes ponerla de tu parte, bien para que te sirva o para que te haga el mínimo daño que sea posible. Más allá, sólo un poco más, está el perdón. Pero eso lo dejamos para otra ocasión.
Cambiar las cosas que puedes cambiar y protegerte bien de las que no puedes, eso es lo que consigue, aceptando, la gente inteligente.