Contra la violencia de género, el amor de un padre y una madre

Hoy quiero decir algo muy simple que además es muy lógico, y es que, en el Día Internacional contra la Violencia de Género, el amor es la mejor vacuna. Que no se nos olvide. Y da igual si el amor viene por el cariño de la cotidianidad, por el poder del respeto o por sesgo educacional. Y para explicarme, el ejemplo de mis padres, que no son precisamente feministas, me viene al pelo.

Ella y él son mis dos grandes referentes educacionales, dos personas que cumplen convencidas los roles que esa sociedad patriarcal añeja les adjudicó sin preguntarles, pero también han participado profundamente en la construcción de esta visión mía de una sociedad igualitaria y justa en la que la violencia de género no tiene cabida. Yo soy lo que soy gracias a mis padres.

Por un lado, está mi madre. Es, como tantas de su generación, una mujer a la que la sociedad patriarcal no le dio muchas alternativas. Se casó joven, nos tuvo a mi hermano y a mí antes de cumplir los 30, y ese ha sido el ingente y valioso trabajo no remunerado al que se ha dedicado con pasión y devoción toda su vida, sin ninguna queja y con infinito amor. No se arrepiente de nada. Trabajó fuera de casa, eso sí, cuando fue necesario, y volvió a casa cuando ya no lo fue, con la misma alegría con la que salió a atender su tienda… 

Ay si ella hubiese nacido un poco más tarde… Ni me imagino a lo que hubiese podido llegar con tan solo haber querido… Porque administra como nadie, resuelve como si hiciera magia, lidera de forma natural con el poder de la humanidad más genuina, y es una maestra en la gestión de los detalles. Su capacidad de trabajo, su fortaleza y su compromiso me siguen dando lecciones todos los días. 

En el otro lado de ese tándem indivisible, está mi padre. También es una víctima de la sociedad patriarcal, porque a él tampoco le dio muchas más alternativas que ser la cabeza de familia y trabajar, trabajar, trabajar… Tampoco se arrepiente ni se queja. Ha trabajado toda su vida, y lo sigue haciendo. No entiende no levantarse a las siete de la mañana para ir a la oficina… 

Ay si mi padre hubiese nacido un poco más tarde, y no hubiese adquirido esas creencias sociales machistas con las que me chincha tanto… Porque su sentido común y su sentido del respeto superan con creces cualquier carencia de formación, y su capacidad de trabajo, creatividad, generosidad y valentía, son insuperables. Tiene esa visión del superviviente que ha emprendido toda su vida, y un sentido del humor encomiable.

Mi padre y mi madre, con 81 años, siguen profundamente enamorados, y sí, también siguen cumpliendo los roles que la sociedad de su época repartió a los hombres y las mujeres. Lo hacen convencidos, y les discuto bastante eso. Pero cada vez menos. Porque sé que yo soy como soy gracias a lo que ellos me han enseñado. Soy una mujer libre e independiente, soy defensora de la igualdad y una intolerante con la violencia de género. Y es gracias a ellos.

Porque me han inculcado eso de respetar a las personas independientemente de las diferencias. Me ha enseñado a querer demostrándolo con hechos y no sólo con palabras; a valorar a la gente por lo que son, y no por lo que tienen o lo que me pueden dar; y a reaccionar ante la injusticia. Y no hay cosa más injusta que la violencia de género, ni acto de desigualdad más execrable que creer que puedo quitarle la vida a una mujer. 

Así que hoy, en el Día Internacional contra la Violencia de Género: ¡gracias papá!, ¡gracias mamá! Mucha más gente educando como vosotros es lo que necesita este mundo para quitar este día del calendario.