El Rocío: el espíritu de la Navidad en mayo
En Huelva, cuando llega el mes de mayo-junio vivimos otra Navidad. En estos días, las personas que viven la romería de El Rocío experimentan la exaltación de la hermandad, de la amistad, de la colaboración, de la solidaridad… Y otra vez, como en diciembre, será un sentimiento colectivo digno de estudio sociológico, pero efímero en la mayoría de los casos, porque se acabará dentro de una semana.
Por eso, como en Navidad, no quiero perder la oportunidad de tomar conciencia y llamar la atención sobre lo que somos capaces de hacer como sociedad, e invitar a mantener ese espíritu algo más de tiempo. Quizás algún día se alarguen tanto que se junten mayo con diciembre y diciembre con mayo.
Voy a explicarme un poco mejor, sobre todo para los que no son de Huelva o no han vivido jamás esta emoción colectiva que embarga a las personas durante esta romería. «La Romería» con mayúsculas, una de las mayores expresiones de devoción mariana y espíritu de hermandad que conozco, al margen incluso de las confesiones religiosas.
Los prolegómenos: todo se arregla, casi todo se entiende y se tolera
Hace ya varias semanas que los preparativos de El Rocío han marcado la vida de las miles de personas rocieras. Innumerables y variopintos grupos de personas se han reunido varias veces para organizar y repartirse las tareas colectivas que son necesarias para vivir juntos, íntimamente juntos, durante casi una semana. No son pocas tareas. Decidir qué alquilar, qué contratar, qué comer, qué beber, qué comprar, qué llevar y traer y cuándo, qué guardar y dónde, y de todo eso, de quién y cómo, en todas las reuniones en las que se juntan personas diferentes, con mapas diferentes, con costumbres y velocidades diferentes, los roces son más que probables, pero apenas se dan, y los que se dan, no suelen llegar muy lejos. Empieza a estar presente el espíritu romero, o el sentir rociero y todo se arregla, casi todo se entiende y se tolera.
El camino hacia El Rocío: la hermandad como familia
Ese sentir rociero, ese espíritu romero, alcanza su cénit en el camino. Estos días, el entorno de la Aldea de El Rocío a vista de pájaro se asemeja a un ser vivo por cuyas venas, que son los diferentes senderos que llegan hasta la ermita, circula literalmente sangre compuesta por miles y miles de personas peregrinando en fila. En esos ríos humanos no hay carro, carreta, tractor o similar –que de todo hay avanzando al encuentro de la Blanca Paloma- que no haya previsto, en sus compras, primero, y después cultive esa costumbre tan romera de ofrecer a todo el que se acerca lo que se lleva. No digamos si se trata de una persona que va andando de promesa; o si se produce algún contratiempo o alguien necesita apoyo por cualquier razón imaginable o inimaginable: la hermandad entera se vuelca.
Ese sentimiento de pertenencia exacerbado se traduce en relaciones muy fluidas, cercanas, casi familiares hasta entre personas prácticamente desconocidas o con escasísimo contacto el resto del año. Y al margen de las críticas baratas que suelen escucharse estos días sobre la superficialidad o no de esta costumbre tan arraigada, yo sí puedo constatar, por haberlo vivido muchas veces, que es un sentimiento real, un espíritu perceptible que embriaga a las personas y saca de ellas lo mejor de cada una. Pero otra vez, como en Navidad, es efímero.
La Aldea: puertas abiertas para la convivencia
No hay marquesina inaccesible ni puerta cerrada en la Aldea. En la inmensa mayoría de las casas no hay más que preguntar en la puerta para percibir cordialidad y casi siempre recibir también un ofrecimiento inmediato a lo que sea, a lo que tengan, a lo que en ese momento proceda. Y otra vez es real, no es fingido, aunque haya momentos –bien lo sabemos los que hemos tenido la suerte de vivir algún Rocío entero– en los que las visitas son un pelín inoportunas o demasiado seguidas. Pero hasta eso se tolera, y se suele quedar en la anécdota del lunes por la noche, ya en la intimidad de las peñas en sus casas, cuando valoran el premio al que ha recibido la visita más pesada.
A todo lo descrito hay que añadir algo que condiciona mucho las conductas. Esa semana las personas se visten de otra manera, duermen y comparten de forma muy diferente, tienen otros horarios de comidas, otros ritmos de sueño, o de no sueño… Y ni aún así. El espíritu romero, o el sentir rociero, puede con casi todo.
Por eso se apodera de mí la certeza de que si somos capaces de hacerlo durante la romería de El Rocío, o en Navidad, o en las fiestas de cada pueblo, o en esa reunión que estás pensando en este momento… Podemos hacerlo siempre. Sólo hay que proponérselo.
Y ya de paso, a todos los romeros y romeras que están en estos momentos en la senda y a los que van a salir en las próximas horas hacia El Rocío… ¡Buena Romería!