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Fiestas “adulteradas”: Comuniones y cumpleaños que son bodas
No escribo este post con ánimo de penalizar la educación que damos a nuestros hijos. Ni muchísimo menos. Mi intención es invitar a la reflexión colectiva sobre dos celebraciones infantiles que cada año confirmo que se nos han ido un poco de las manos y no ayudan a los niños a crecer en valores sólidos como personas. Desde hace unos años asistimos y contemplamos fiestas infantiles “adulteradas”: Comuniones y cumpleaños que son bodas. Con adulteradas nos referimos a la segunda acepción de la definición de “adulterar” de la RAE: alterar la naturaleza de algo. Es decir, fiestas infantiles que dejan de estar pensadas para niños y están ideadas y elaboradas por adultos.
Vaya por delante que son costumbres de esas a las que damos más importancia desde el prisma del adulto y que, lamentablemente, no nos paramos a pensar en el efecto que tienen sobre los menores. Y vaya también por delante que no soy inocente, y en alguna de ellas me he visto. Por eso me paro hoy a compartir mis reflexiones, porque cuanto más lo pienso y recuerdo cómo se celebraron mi Primera Comunión y mis cumpleaños de pequeña, más convencida estoy de que ahora celebramos las comuniones como si fueran bodas y los cumpleaños como si fueran comuniones.
Comuniones como bodas
Es llamativo en esta época ver cómo se celebran muchas comuniones. Durante meses están las sufridas familias poniendo en pie los preparativos para festejar un evento que, más allá de la confesión religiosa, ha perdido un poco el sentido espiritual y las comuniones se han convertido en pseudobodas. Y es que conllevan prácticamente los mismo, desde el enfoque más adulto claro está: traje, y hay que ver qué trajes; invitaciones, cada vez más historiadas; regalos de recordatorio; reserva de sitios para el convite; contratación de menús con entremeses, dos platos y postre; lista larga, muy larga, de invitados; ubicación de comensales; regalos acorde al evento para el niño o la niña; hasta orquesta he visto yo en algunas comuniones…
Y así, desposeídas las comuniones de su sentido más íntimo, los niños, a los que ya de por sí les cuesta entender en toda su dimensión la trascendencia espiritual del momento, se paran sobre todo a comparar. Comparan los regalos, comparan las tarjetas de recordatorio que reparten, comparan dónde se ha celebrado, qué actividades había, cuánto dinero recaudan, qué les han regalado… Comparan todo lo superficial del evento y se quedan exactamente con eso, lo superficial, y eso es lo que valoran.
Ya os hemos contado que la familia y el ambiente en el que crecemos influyen de forma importante en nuestro desarrollo personal y en lo que somos de adultos. ¿Qué queremos que sean nuestros niños?
Cumpleaños como comuniones
Tampoco nos quedamos atrás planificando las fiestas de cumpleaños de los peques. ¿Qué hay de aquellos cumpleaños que eran meriendas en casa? Afortunadamente los cumpleaños van perdiendo fuelle celebrativo a medida que los niños crecen. La peor época en mi opinión coincide con la etapa de Educación Infantil y el primer ciclo de la Educación Primaria, yo diría que hasta los 9 o 10 años. Hasta ese momento el prisma desde el que se organiza la fiesta es, otra vez, el del adulto. Y la tendencia es invitar a muchos niños, casi toda la clase, también con invitación y, si es posible, con juegos asistidos o algún espectáculo. No se creerían la que he llegado yo a liar con mis hijos. Craso error. Cada vez era más difícil contentarles, y otra vez empezaban las terribles comparaciones.
Además, en el caso de los cumpleaños hay un efecto colateral añadido: el sufrimiento de las madres y padres que son invitados hasta quince veces en un año escolar. Todo un reto a superar logísticamente y económicamente.
Los niños lo que quieren es jugar
En mi opinión, el error es el enfoque de adulto que le damos a las dos celebraciones. Porque tampoco se trata de educar a los niños en valores llevándoles a la austeridad para que aprendan a diferenciar lo importante, no es eso. Lo más lógico es intentar encontrar el equilibrio, y hacer un esfuerzo real por ponernos en sus zapatos, o zapatitos, y saber diferenciar, de todo eso que estoy organizando, qué hago por ellos y qué hago por mí.
Porque los niños realmente lo que quieren es jugar (¡qué importante es el juego para desarrollar la inteligencia emocional de nuestros hijos!), estar con los amigos, divertirse, celebrar con una tarta y que les canten. Todo lo demás lo ponemos los adultos. Y si no les creamos expectativas no se van a frustrar.