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Gestión emocional no es control emocional
Gestionar no es controlar, y mucho menos evitar. Y si hablamos de emociones, tampoco. Así que si algo te da un pellizco en el estómago cuando lo recuerdas, querer hacer desaparecer ese pellizco no es una buena gestión emocional. O si al relacionarte con una persona siempre te surge el miedo, querer controlarlo sin más siendo valiente tampoco es una buena gestión emocional. La gestión emocional no es control emocional, porque la gestión emocional implica comprensión, la comprensión termina en aceptación, y lo que no se acepta no se controla.
¿No me digáis que algunos recuerdos que tenéis sobre determinadas personas, situaciones o momentos no os provocan una sensación emocional e, incluso a veces, un gesto automático? Hablo por mí y os cuento que algunos pensamientos me cierran los ojos, o me abren la boca o me ladean la cabeza… Con ciertos recuerdos llego a suspirar, a encoger los hombros o a chasquear la lengua. Y, como seguro que te ocurre a ti, cuanta más intensidad emocional acompaña al recuerdo, por muy lejano que sea, más contundente es la reacción física de mi gesto. Y claro, hay recuerdos que me encanta rememorar, y otros cuya sensación y gesto me atropellan inesperadamente y sin defensa.
Recuerdos unidos a sensaciones
Y hay que saber que no hay recuerdo que no provoque una sensación emocional y física. Quizás con determinados recuerdos se note poco, y aun así la tienen. Los pensamientos son así, todos tienen su efecto. Hace unos días un compañero me descubría una interesante interpretación de la raíz etimológica de la palabra recordar que refrenda esta ley de la mente. Recordar tiene su raíz en el vocablo latino cor-cordis-cordi, que significa corazón, así que re-cordar es como volver a pasar algo por el corazón. El lenguaje nunca deja de sorprenderme.
Y en este volver a pasar por el corazón, especialmente cuando los recuerdos no nos gustan y la sensación que nos provocan no es agradable, nos sale la tendencia natural a controlar o, la peor, a evitar. Por eso queremos que recordarle o recordarla no nos de un pellizco; que verle o verla no nos genere inseguridad; que no nos den ganas de llorar cuando pensamos en eso… ¿Qué tal si en vez de querer evitar nos paramos a comprender por qué nos sentimos así, y desde ahí aceptamos lo que sentimos, y avanzamos?
No evites: acepta y avanza
Ay, ay. Lo sé. Así dicho, parece hasta fácil. Claro que requiere un esfuerzo. Más cuanto más intensa es la sensación y el gesto que provoca el recuerdo. Sin embargo, la mayor parte del esfuerzo está en el primero de los tres pasos necesarios: la comprensión. Después es más fácil. ¿Te cuento la técnica completa de gestión emocional que te hace feliz?
1. Primer paso, comprender. Se trata de pararte a ver qué parte de ti no reaccionó como a ti te hubiera gustado, y cuál sí; también de pararte a reconocer la diferencia entre lo que esperabas de la otra persona y de ti mismo, y lo que realmente sucedió; y sobre todo pararte a identificar qué recursos tuyos te han servido y cuáles podrías tener mejor entrenados para el futuro.
2. Y después de este ejercicio llega el siguiente paso, uno que ya requiere menos esfuerzo aunque también cueste un poco, pero mucho menos cuanto más honestamente hayamos hecho la comprensión. Se trata de la aceptación, o lo que es lo mismo, comprender que lo hiciste lo mejor que supiste hacerlo en ese momento, con los recursos de ti que pudiste ver, y con la imagen de la situación o de la otra persona que en ese momento tenías. Y esto, sin sentirte culpable, ni una víctima, y sin echarle toda la culpa al otro.
Aceptar desde la comprensión es como ver una película dos veces, la segunda vez con toda la nueva experiencia acumulada, y ser consciente de muchos más matices y detalles del guion que la primera vez que la vi me pasaron desapercibidos.
3. Ver la película y dejarla ir. Eso se llama perdonar. Es el tercer paso, y es donde acaba todo lo que se gestiona emocionalmente bien, en el perdón. ¿Tú te perdonas?