Gracias, señor del Toro, por imaginar ‘La forma del agua’

La forma del agua es de esas películas que hacen visibles y dan su justa medida a los seres poderosos que pasan desapercibidos por el mundo, casi siempre inconscientes del poder supremo que tienen. Sus deliciosos personajes, construidos desde un cariño “ensordecedor”, son un pequeño muestrario que prueba la fuerza de la inocencia cuando se vuelve valiente y se aparta de la ingenuidad. El resultado es, en mi opinión, un cuento de hadas para adultos con poderosos mensajes a la altura de los incunables de la historia de la literatura. Olé, señor del Toro: gracias y mil gracias por mostrarnos la forma del agua y sus infinitas metáforas.

Porque hay tantas películas en esta historia como espectadores la disfrutan. Porque seguro que cada uno de nosotros encuentra algo diferente que le resuene en esta historia de amor sobrenatural creada por Guillermo del Toro en un peculiar mundo paralelo y narrada en los límites de la realidad donde todo parece posible.

Eliza, la heroína, una chica muda atrapada por la rutina y que se alimenta de sus sueños. Giles, el vecino, un artista soñador empedernido aplastado por el peso de sus propias creencias. Zelda, la amiga, un corazón enorme, resiliente y generoso, cómoda en su incomodidad hasta que se ve al borde del abismo. Robert, el malo, víctima de su orgullo y su odio hacia sí mismo, que literalmente se pudre ante la imposibilidad de ver más allá de su mísero y pobre mundo interior. Y, por fin, el anfibio, la forma del agua, una metáfora de la humildad del poder verdadero, de la belleza y del dolor que siente en sí mismo por los demás un mismísimo dios.

El triunfo de la bondad, la intención limpia y el amor

Más allá de los comentarios que sitúan a esta película como un referente de los futuros cineastas del mundo,  y más allá de las cuatro estatuillas, y aún más allá de las críticas que coronan a Guillermo del Toro como uno de los grandes del Cine con mayúsculas, incluso más allá de las opiniones desfavorables, es imposible no ver el canto que supone la historia de La forma del agua al triunfo de la bondad y la intención limpia frente a la maldad del orgullo y frente al inoportuno miedo que genera lo desconocido.

En la película triunfan los valores fundamentales que nos hacen mejores personas: la capacidad de amar en la diferencia; el poder que emana del amor incondicional; la valentía que surge de centrarse en las necesidades del otro; la generosidad del que ama; la revelación que supone quererse a uno mismo; y la enorme visión que te da mirar más allá de las creencias que nos limitan.

Si además vas al cine con un buen amigo o una buena amiga, que ese fue mi caso, no tienes excusa para no dejarte impregnar de la magia y proponerte ver más allá de las apariencias. A lo mejor encuentras a tu alrededor una Eliza, o una Zelda, o quizás un Giles y, por qué no, algún anfibio al que poder entender más allá de la forma. Todo es posible.