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Día Internacional de la mujer: las mujeres de mi vida
El equipo que está detrás de Cambiar para Crecer, Prado Aragón y Lola Pelayo, ha hecho el ejercicio estos días de pensar en mujeres para rendirles el homenaje que merecen en la semana del Día Internacional de la Mujer: las mujeres de mi vida. Pequeños gestos, actos, actitudes de unas mujeres -de nuestra familia o no- que nos han marcado hasta tal punto de definir quiénes o cómo somos. Y hoy nuestra entrada del blog va por ellas, va de mujeres, de las mujeres de mi vida. ¡Va por ellas!
Lola Pelayo:
Mujeres de mi vida hay, afortunadamente, un montón. Muchas me han marcado profundamente al nivel de una madre, que evidentemente es la primera de mi lista de cuatro. Algunas lo han hecho, como Loli Arcos, muy conscientemente. Otras me han marcado sin saberlo, e incluso las hay que han influido en mi forma de ser y pensar sin coincidir con ellas en ningún momento, ni en el espacio ni en el tiempo.
Ahí va mi selección de cuatro mujeres que ni son todas ni, seguramente, están las más importantes.
– La más cercana. Loli Arcos.
Mi madre. Así dicho, no deberían ser necesarias más explicaciones de por qué forma parte de mí. Ella me ha modelado con su amor, y aunque no siempre estamos de acuerdo, y no en todo nos parecemos, llevo en mi ser parte del suyo. La admiro por su fortaleza, por su capacidad de entregarse a las demás personas sin límite, por su visión de futuro y su inteligencia, por su espíritu práctico y resolutivo. De ella sigo aprendiendo cada día la importancia de los pequeños detalles, el valor de una caricia y el calor que da sentirse acompañada en la vida. Hubiera sido lo que hubiese querido, porque ante su empuje y su liderazgo sigo sucumbiendo cada día, lo que pasa es que quiso dedicarse a su familia. Y también por eso la admiraré mientras yo viva.
– La más íntima. La “señora simpática”.
Cómo lamento no poder recordar su nombre, si es que alguna vez lo supe. En casa, lo que se oía cuando yo iba a su encuentro, era: ¡mamá, voy a la tienda de la señora simpática! Y eso era ir a lo que desde entonces me encanta: una papelería. Era una pequeñita en la calle Alfonso XII de la querida Huelva de mi infancia que desapareció hace ya mucho. Pues más allá de lo que me gustaba -y me gusta- oler las gomas de borrar, ver la variedad de coloridos cuadernos o elegir entre los bolígrafos que pintaban de colores y que además olían, lo que aquella mujer me daba siempre era atención. Fue una de las primeras en impulsar mis dotes para escribir, en reconocer y reforzar mis ideas rompedoras y en consolidar un incipiente espíritu emprendedor vendiendo en su tienda los bloques de notas que yo misma fabricaba con cola y decoraba. Seguro que me las compró ella todas…
– La más inesperada. Holly Golightly.
Seguro que así no sabes quién es, pero si te digo que es la espectacular chica neoyorquina que desayunaba contemplando el escaparate de la joyería Tiffanys de la quinta avenida… No sé si seguiré recordando los diálogos de “Desayuno con diamantes” como lo hacía. Habré visto esa película decenas de veces. Me parece una historia femenina tremenda, contada con el envoltorio moralista de la época para poder poner de relieve críticas a problemas de dominación, desigualdad y desesperación que lamentablemente hoy persisten alimentados por el patriarcado añejo que todavía queda. Esa forma de sobrevivir… Además, quizás por culpa de esta película, durante mucho tiempo Audrey Hepburn ejerció un poder de atracción especial sobre mí. No supe por qué hasta que conocí su vida.
– La más lógica. Emilia Pardo Bazán.
¿Recuerdan la serie Los pazos de Ulloa? Creo recordar, porque yo por aquella época no daba demasiada importancia a los premios televisivos, que ganó el reconocimiento del público y de la crítica. Una joven Victoria Abril, y el querido e inconmensurable compatriota José Luis Gómez, eran parte del reparto que daba vida a la historia que me llevó a indagar sobre la autora. Fue conocerla y sentir que claro que podría hacer cualquier cosa que yo quisiera. Una condesa de finales del siglo XIX que reforzó muchos caminos que en el 8 de marzo no pueden pasar desapercibidos. Fue feminista, por supuesto, y escritora de novelas, ensayos y poesía, le dio tiempo a editar, y a conseguir una cátedra universitaria, la primera de España. Que la Real Academia Española le negara la entrada varias veces es, para mí -que tengo con la RAE esta tormentosa relación de amor y odio-, una prueba de la valía de esta señora en un campo imprescindible para la humanidad: las letras.
Prado Aragón:
Coincido con mi querida Lola en lo afortunada que soy por haber encontrado en mi vida grandes mujeres que me han marcado, modelado e influido o reafirmado mi forma de ver la vida. A la hora de elegir no ha sido fácil, aunque sé que además de las elegidas existe una lista inmensa de mujeres a las que adoro (en la que incluyo, sin duda, a “mi” Lola Pelayo. Aunque, es obvio, que quiero empezar por mi madre).
– La más querida. Conchita Prado.
En la que destaca su amor incondicional, su entrega y generosidad ante cualquier persona, su saber hacer y estar y, por encima de todo, el apoyo incondicional que siempre me brindó, aunque no comprendiera del todo mis razones para hacer ciertas cosas con las que no acababa de estar de acuerdo, y cuando esto ocurría lo certificaba con un “Pradito, aunque no entienda del todo lo que haces, sé que tiene que ser bueno para ti, porque te veo tan feliz”. Aún me emociona pensar en sus caricias, en su dulzura, incluso en su olor… aunque me gusta pensar que toda la esencia de esa mujer cuidadora desde el corazón, poderosa y humilde a la vez, la reconozco en ocasiones cuando me miro al espejo. Fue tanto lo que dio que, aunque solo fuera por percolación, algo tengo de ella. ¡Gracias, mamá!
– Las más entrañables. “Las señoras de la puerta”.
Sí, en plural, porque no es una, sino son tres: Amparo, Lola y Pilar. Tres señoras octogenarias que encontraba cada día sentadas “al fresco” al atardecer, en un barrio con espíritu de pueblo dentro de la gran ciudad. La relación empezó cuando empecé a darles las buenas tardes cada vez que las veía y acabaron invitándome a sentarme con ellas “un ratito” y acabamos siendo cuatro en la tertulia.
Yo me limitaba a escuchar sus apasionantes historias de amor y miedo en tiempos de guerra. Me quedé con tantas ganas de escribir todo lo que aquellas mujeres contaban a borbotones cuando me veían entregada en cuerpo y alma y casi viviendo como propios aquellos relatos vividos en su juventud y que, muchas veces, superaban las narraciones de reputados escritores. Me sorprendía la alegría con las que aderezaban sus, a veces, terribles narraciones. Su actitud y capacidad para superar las historias que me contaban, las convertían en heroínas en mi mente.
Siempre me sorprendían. Algunas veces me entristecía pensar que difícilmente las personas de su alrededor escuchasen y valorasen a aquellas ancianas dicharacheras y divertidas. Definitivamente, me marcaron, me hicieron replantearme actitudes, e incorporaron a mi vida valores hasta entonces poco apreciados.
– La más inspiradora. Sara D’Mello.
A pesar de pertenecer a la clase media-alta de la India, he visto a esta mujer entregada en cuerpo y alma a la causa de mejorar la vida de los pobres y marginados en India. Concretamente en Bombay, donde lo mismo estaba en una leprosería que en un hospital visitando a enfermos de VIH. Todo en ella era deslumbrante, desde su físico hasta su manera de hablar. Con una voluntad de hierro y sin apoyo de ninguna institución, trabajaba en los lugares más marginales que jamás he visto, con la convicción de que sus habitantes serían capaces de liderar sus vidas y su desarrollo si se les daban oportunidades. ¡Y lo consiguió!
Creó escuelas, infraestructuras y hasta dispensarios en los que se vacunaba a los más pequeños para evitar enfermedades que aquí estaban erradicadas desde hacía décadas. Su generosidad no tenía límites. Mujeres así no son necesarias, son imprescindibles. Me siento tremendamente agradecida por todo lo que aprendí de ella.