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El desarrollo es integrar el cambio
Ya lo decía el filósofo presocrático Heráclito: “Lo único constante en la vida es el cambio”. Y es así. Pensadlo un segundo. Todo está en constante evolución, en constante cambio. Todo. Nosotros mismos, nuestras ideas, nuestro cuerpo, el entorno que nos rodea, el resto de personas que nos acompañan… todo cambia.
Vivimos en un constante y aun así efímero presente que cambia continuamente para convertirse en pasado. Y además, lejos de disfrutar ese presente, tenemos una tendencia biológica a instalarnos en el futuro con la mente, proyectando desde nuestras memorias para adelantar acontecimientos, prejuzgando, presuponiendo… Y de hecho ahí radican las mayores resistencias que tenemos los seres humanos ante el cambio.
Sin embargo es tranquilizador pensar que si lo único constante en la vida es el cambio, o lo que es lo mismo, todo está cambiando, flexibilizar nuestra capacidad para integrar de forma adaptativa esos cambios nos convierte en personas capaces de afrontarlo todo. Y eso sí que merece la pena.
De hecho, creo firmemente que apoyar a las personas o a las organizaciones en sus procesos de desarrollo y mejora es básicamente apoyar sus procesos de cambio. Siempre. El cambio es como la hoja de ruta más efectiva para trazar un plan de acción ante las metas que nos proponemos conseguir.
[bctt tweet=»Apoyar a personas u organizaciones es #flexibilizar sus procesos de #cambio» username=»lola_pelayo»]
Me gusta o no me gusta
El cambio tiene varios factores que lo condicionan. El primero y principal, que de hecho es el que más modula nuestra capacidad para integrarlo, es nuestra percepción del mismo, o lo que es lo mismo, si lo vemos positivo o negativo. Es lógico. Todas nuestras conductas frente a ese cambio, todo lo que se supone que tenemos que hacer para conseguir integrarlo o el esfuerzo que nos supone, estará condicionado en función de si nos gusta o no nos gusta. No es lo mismo integrar un cambio deseado que buscamos nosotros mismos, aunque en ocasiones suponga un nivel alto de esfuerzo, que integrar un cambio impuesto y que nos resulta desagradable. Pues justamente por esta obviedad es tan importante conocer cuáles son los elementos que intervienen en el cambio para poder actuar sobre ellos por separado y flexibilizar nuestra capacidad para integrarlos.
La fórmula del cambio
En el cambio influyen de forma determinante cuatro elementos. Por un lado está la historia personal de cada uno, que son nuestras experiencias y nuestras creencias. Por otro la voluntad más o menos firme que nos caracteriza a cada persona. Le sigue la facilidad que cada cual tiene para aceptar e integrar los cambios. Y por último está la incomodidad, que no es otra cosa que el piloto que se enciende cuando necesitamos cambiar.
¿Cómo actuar sobre cada uno?
Historia personal: es sin duda la que más influye en nuestra capacidad para cambiar. Se nos mezclan las creencias con la memoria de las experiencias pasadas afrontando cambios, ¿fueron más positivas que negativas o lo contrario? Para poner la Historia Personal a favor del cambio que queramos conseguir lo más efectivo es apagar la mente que divaga, y dejar de ir al pasado para mirar al futuro. El objetivo es entrenarnos en el presente y aceptar, y pensar que no todo lo que ha pasado tiene que volver a pasar, que no todo lo que prevemos va a ocurrir tal como lo pensamos. Es difícil, pero es posible. El mindfulness, la meditación, crecer en autoconocimiento, son técnicas que te pueden ayudar para dejar de suponer o dejar de prejuzgar las situaciones antes de que pasen.
La Voluntad: es otro elemento de la fórmula del cambio con un alto poder de influencia en la capacidad para integrarlo. Y a mí me gusta personalmente relacionar esa Voluntad con la cercanía o lejanía de nuestros valores respecto de ese cambio que queremos integrar. Si estamos lejos, la voluntad será más pequeña, así que si te propones dejar de fumar por los demás, tendrás menos probabilidad de éxito que si lo haces por ti mismo. Y eso es un gran cambio que necesita mucha voluntad.
La facilidad para integrar el cambio: está directamente relacionado con el número de cambios que hemos logrado integrar. Cuantos más cambios integramos, más flexibles nos volvemos. Es como un músculo. De hecho es una regla de la mente que se cumple incluso cuando los cambios que integramos son pequeñitos. Cambiar alguna de las cosas rutinarias que hacemos a diario, cambiar el sitio habitual en el que nos sentamos en la mesa, cambiar el orden en el que te lavas la cabeza cuando te duchas… Los pequeños cambios también te hacen más flexible. ¿Por qué empezar por los más difíciles?
La incomodidad: es el piloto que se enciende cuando sentimos un cambio como necesario. De hecho, aumenta el nivel de incomodidad más cuanto más necesario lo percibimos. ¿Qué te genera incomodidad? ¿Qué quieres cambiar? Y usándolo como palanca, ¿cómo puedes generarte incomodidad en eso que quieres cambiar para facilitarlo? La incomodidad es necesaria, un peaje que hay que aceptar, y también un pequeño motor del cambio. Usa todo para avanzar.
Así que me repito. Creo firmemente que apoyar a las personas o a las organizaciones en sus procesos de desarrollo y crecimiento es, sobre todas las cosas, acompañarles para que recorran con éxito sus particulares procesos de cambio. Porque el cambio es como la comunicación, inevitable. ¿Qué cambios implica eso que quieres conseguir?
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