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Gestionar las expectativas sin dejar de soñar
Gestionar las expectativas, no presuponer, no hacerte ilusiones, es una habilidad muy importante para ser feliz, para estar equilibrado, para no sufrir. Esto ya lo sabemos, y lo sufrimos bastante los que no tenemos esa capacidad demasiado desarrollada. Lo que pasa es que para algunas personas –entre las que me incluyo, y no somos pocas– es también muy importante soñar y desear que lo que queremos pase.
Enfrentar estos dos conceptos es una verdadera putada. Perdón, perdón… ¿Injusticia? ¿Fastidio? Llámalo como quieras, pero creo que cuando gestionamos nuestras expectativas en según qué cosas boicoteamos en parte una de las capacidades más maravillosas del ser humano: soñar y disfrutar de lo que se sueña como si ya estuviera pasando. Y entonces, ¿cómo podemos no esperar y, a la vez, esperar que se cumplan nuestros deseos?
A todas estas reflexiones hay que añadir que esos deseos, esos sueños que tenemos, son en gran medida un motor de nuestra voluntad, un encendedor de nuestras acciones y que si lo hacemos bien dirigen nuestras conductas hacia lo que queremos conseguir. Estoy convencida de que desear o soñar ayuda a caminar y a alcanzar nuestras metas.
Gestionar las expectativas y soñar a la vez, complicado
Por todo esto, me temo que es muy difícil gestionar las expectativas y soñar a la vez, sobre todo cuando algo nos ilusiona de verdad o nos importa sinceramente y deseamos que pase. De alguna forma perversa, cuando por miedo a sufrir o a la decepción forzamos no esperar algo de alguien o de una situación, nos perdemos parte de lo bonito del camino.
Por tanto, en mi opinión, la decisión a tomar no es si gestiono o no mis expectativas, lo que realmente debemos decidir es si queremos arriesgarnos o no a sentir el dolor que sobreviene con la posible decepción. Y claro, esto es más complicado. Sobre todo si eres, como yo, una loca romántica y optimista que cree profundamente en las personas.
Y como soy esa loca optimista, lo voy a mirar desde el lado positivo para encontrar la utilidad al hecho de tener que decidir si nos arriesgamos o no a sufrir: es un estupendo medidor para identificar lo que para nosotros es importante. Si lo es, me arriesgo. Si no lo es demasiado, gestiono mis expectativas.
Tiene más cosas positivas:
- Si te arriesgas, desde el minuto cero lo disfrutas. Si no te arriesgas, te ahorras la decepción.
- Si te arriesgas, entrenas una competencia propia de los grandes: la valentía. Y si no te arriesgas, genial, aunque presta atención porque en algún momento vendrá algo o alguien realmente importante que anulará esa capacidad tuya para no esperar o no ilusionarte, y decidirás arriesgarte. No te fustigues por ello.
Y es que no parece demasiado posible poder dejar de esperar lo que deseamos. Así que, si podemos no esperarlo, será que no lo deseamos tanto… ¿O sí? Qué lío…
Lo importante es que te cuides, siempre, para poder cuidar a los demás, y que uses todo, absolutamente todo –lo bueno, lo regular y sobre todo lo malo– para avanzar en tu camino. ¡Suerte!
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|Fotografía principal: Krista McPhee on Unsplash|