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Inteligencia emocional: tus emociones a tu servicio
Cuando la emoción se apodera de nosotros y nos enreda, tiende a bloquearnos. Nos han educado especialmente bien en el 10% de nosotros mismos, nuestra parte racional, y generalmente no sabemos entender bien ese otro 90% nuestro, muy nuestro, que es emocional.
Y eso que resulta que nuestra parte emocional es la que más condiciona nuestras conductas porque es mucho más rápida reaccionando que nuestra parte racional. Así es que cuando en vez de manejar nuestras emociones son las emociones las que nos manejan a nosotros significa que nos cuesta entender lo que sentimos y aún más difícil nos parece usarlo a nuestro favor.
¿Que sentir miedo, asco o tristeza podemos usarlo a nuestro favor? Pues sí. Precisamente de eso trata la inteligencia emocional, de desarrollar cada vez más la habilidad para saber entender nuestra parte emocional y aprovecharnos de ella para avanzar. Fácil de escribir, ¿eh?
Si pones en tu buscador “autores inteligencia emocional”, en mi caso en San Google, verás miles de referencias a autores como John Mayer, Peter Salovey, David Caruso y, por supuesto, al popular Daniel Goleman. Hay muchos más autores de referencia: Robert Cooper y Ayman Sawaf, Howard Gardner, Leslie S. Greenberg… Todos se basan en una misma convicción: tomar conciencia y reconocer nuestras emociones, o sea, conocernos y aceptarnos, es el primer paso hacia la gestión adecuada y cada vez más ágil de esas emociones, para que nos sirvan de motor y no de freno, para que te faciliten las relaciones con los demás y contigo.
Las emociones son nuestros avisos
Personalmente me encanta el enfoque teórico que mira a las emociones como lo que son, simples avisos. Y aún más me gusta la metáfora que se suele emplear comparándolas con las luces encendidas en el panel de un coche. Imaginemos que se enciende el aviso de “necesita repostar” y que nos quedamos mirándola sin hacer nada. Sería, por ejemplo, como cuando nos regodeamos en alguna emoción que nos sirve para hacernos un poquito las víctimas y que nos presten atención y cariño. Venga que sí, que todos lo hemos hecho alguna vez. El resultado en el coche, si no actúas y no buscas una gasolinera, es que se para. Pues igual nosotros.
Y ahora, partiendo de este concepto, y por aquello de impulsar el autoconocimiento e identificar qué emociones nos limitan, te invito a preguntarte: ¿Cuáles son esas conductas que te salen automáticas y que no siempre te gustan? ¿Quieres pensar en una? Te doy ejemplos por si te ayudan. Puede ser que nos pongamos a la defensiva en cuanto nos critican, o que nos bloqueemos verbalmente cuando nos llevan la contraria o todos nos miran; puede ser que huyamos de cualquier conflicto aun cuando nos necesitan; que tartamudeemos cuando hablamos con un superior o con alguien que consideramos de mayor nivel; quizás es que nos sentimos incómodos cuando vivimos algo inesperado y reaccionamos enfadándonos o rechazando lo que sea; o una que me he encontrado a veces y me encanta, ¿nos reímos en situaciones inoportunas? Piensa una conducta tuya, sólo por seguir este pequeño ejercicio.
Ahora que tienes la conducta identificada, escríbela por favor en un papel. Escribir siempre compromete más. ¿Qué emoción hay debajo? ¿Qué sientes en esa situación? Puede ser miedo, inseguridad, tristeza, enfado… Mira a ver. Y una vez identificada y escrita la emoción, como ya sabemos que es un simple aviso de algo, piensa de qué te avisa, qué información ha venido a darte. Sé sincero contigo mismo. ¿Es amenaza, que te faltan recursos, baja autoestima, rechazo por algo o alguien, rechazo contigo, miedo a mostrarte? Son ejemplos. La buena es la que salga de tu reflexión.
Y ahora que sabes lo que ha venido a decirte la emoción: ¿qué te falta? ¿qué necesitas? ¿qué vas a hacer para resolverlo?