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Soy lo que pienso: el poder de nuestros pensamientos sobre nuestras actitudes
Existe un bucle maravilloso o infernal, según lo vivas, en el que estamos las personas enredadas toda nuestra vida dando verdad a la frase que da título a esta entrada de nuestro blog: soy lo que pienso. Me refiero al bucle de la comunicación, donde los pensamientos provocan sentimientos, y así actitudes que influyen de forma decisiva en cuáles son las conductas que ponemos en marcha y el resultado positivo, o negativo, que obtenemos con ellas, que ahí es donde notamos el cielo o el infierno. La buena noticia es que una vez que sabemos cómo funciona, podemos influir mucho mejor.
Si te paras a mirarlo, este bucle de la comunicación es bastante predecible. Un pensamiento me va a provocar un estado de ánimo lleno de sentimientos que construyen mi actitud en un momento concreto. Con esa actitud pongo en marcha una conducta y hago lo que sea que me toque hacer, que es la acción. El resultado de esa acción será negativo o positivo para conseguir lo que quiero. Piénsalo ahora poniendo un ejemplo concreto.
Pensamiento: “hablo muy mal en público”. Pensado así, el estado de ánimo y sentimientos probables serán negativos, con miedo, vergüenza, nervios… La actitud que solemos construir desde ahí es defensiva, tímida, poco proactiva, insegura. Pero tenemos que hablar en público, así que lo hacemos. Posiblemente el resultado no será positivo, y así confirmamos el pensamiento desde el que arrancó el bucle: ¡claro! ¡hablo muy mal en público! Esto vendría a ser el infierno, porque cuantas más veces se confirme un pensamiento negativo con los resultados que esperabas, más fuerte se hace ese pensamiento influyendo en lo que consigues con lo que haces en la vida.
Un poco de neurociencia para entenderte mejor: el proceso emocional
Gracias a la neurociencia sabemos que tenemos todo un sistema operativo para nuestro organismo. Como si fuera un Windows, el proceso emocional funciona como un complejo y apasionante metaprograma neurológico que pone orden y da prioridad al resto de programas que tenemos instalados, y tenemos muchísimos. Se encarga de asegurar el funcionamiento correcto de todo y garantizar nuestra mejor adaptación y supervivencia.
Según el proceso emocional, ante cualquier estímulo lo primero que experimentamos es una emoción básica. Esa emoción inmediatamente pone en marcha toda una experiencia fisiológica más o menos consciente que ya nos prepara el organismo para lo que estamos viviendo. A medida que avanzamos en el proceso emocional, vamos racionalizando e interpretando lo que estamos percibiendo, tanto dentro como fuera de nuestros cuerpos. También empezamos a valorar todo eso con lo que esperamos, y con lo que pretendemos conseguir, y con lo que pensamos que somos capaces de hacer… ¡Y todo a velocidades de vértigo! Si es que nuestro disco duro es la caña…
Este complejo proceso se resume en que a la emoción le metemos pensamiento, y de esa forma construimos nuestros sentimientos. Lo podemos expresar con esta fórmula poco matemática pero sí muy útil: emoción más pensamiento es igual a sentimiento.
Ahora piensa otra cosa mirando la fórmula. La emoción no la puedes evitar, es genuina, y además viene a garantizarte la mejor respuesta de forma natural. Así que si el sentimiento que vives no te ayuda a conseguir lo que quieres… ¿qué es lo único que puedes cambiar?
Piensa para ser lo que quieres ser
Con todo lo que hemos dicho hasta ahora, parece lógico pensar que modificar actitudes se basa en modificar pensamientos. Eso es lo más rápido. Aunque también ocurre que cambiando conductas terminamos cambiando determinados pensamientos.
Llevado a la práctica, habría dos caminos para afrontar el pensamiento con el que empezamos: hablo muy mal en público. La primera opción sería trabajar en las ideas que se te vienen a la cabeza cuando vas a hablar en público, para cambiar los pensamientos negativos. Es más difícil, pero más rápido. La otra opción es hablar en público cuantas más veces mejor, preparándote y cosechando resultados positivos que debiliten poco a poco el primer pensamiento. Esto también terminará cambiando esas ideas que te bloqueaban, aunque tardarás más tiempo.
No hay una fórmula mágica. Depende de cada persona. Aunque casi siempre resulta interesante empezar a trabajar en paralelo ambos caminos.
Te propongo un ejercicio muy simple pero muy práctico para identificar los pensamientos que te limitan. Durante varios días, al menos un par de semanas, dedícate un rato a identificar situaciones de ese día en las que no te sentiste bien con lo que hiciste. Identifica al menos una o dos situaciones cada día, y apunta de cada una de ellas: qué pensaste, qué sentiste, qué hiciste. Por separado, y en ese orden.
Te aseguro que después de esas dos semanas mirarás tu lista, y lograrás hacer conclusiones muy constructivas para decidir con qué pensamientos vas a empezar a trabajar.