Yo procrastino, tú procrastinas

Menudo palabro: procrastinar. Se puede decir de otras formas: aplazar, evitar, posponer… Pero lo cierto es que cuando decimos procrastinar, el hecho adquiere el cariz de importancia que, en mi opinión, realmente tiene por su influencia en nuestro equilibrio vital y en nuestra salud emocional. De hecho, en la base de la procrastinación casi siempre está precisamente eso: procrastinamos porque no nos gestionamos bien emocionalmente. Y no lo dudes: yo procrastino, tú procrastinas, todas las personas procrastinamos.

Por ejemplo, cuando llega septiembre y para mucha gente es la vuelta a la rutina, a los “tengo que”, a las obligaciones grandes y las muchas obligaciones pequeñas. Se acabaron las vacaciones por muy atípicas que hayan sido, y las listas de tareas vuelven a nuestro día a día. Nos solemos cargar además de buenos propósitos –muchos buenos propósitos–, con lo cual las listas crecen. Y a veces no nos damos cuenta, pero hay tareas que se eternizan en nuestras agendas. Las posponemos una y otra vez, con excusas más que justificadas la mayoría de las veces, pero las evitamos. ¿Por qué nos pasa esto?

Procrastinamos o posponemos las tareas en muchas ocasiones por una inadecuada gestión emocional. Eso nos lleva a sentirnos mal. Lo primero que ocurre cuando no estamos bien es que perdemos energía, y con la energía se esfuma nuestra necesaria fuerza de voluntad para acometer las tareas. Ya está la tostada.

Es un bucle, un combate entre nuestras emociones y nuestra razón. El agradable corto plazo frente al inquietante largo plazo. El esfuerzo imaginado frente al real. Las suposiciones, los prejuicios, el estado de ánimo… Todo se mezcla en un cóctel inestable que nos hace caer en alguno de los detonantes más típicos de la procrastinación. La buena noticia es que podemos superarlos con inteligencia emocional, y con ganas de hacerlo, claro. 

Algunas causas y sus remedios

Las personas implicadas en la tarea que debes acometer son un tostón o te imponen, o como mínimo te inquietan. 

Muchas veces procrastinamos sólo para evitar el esfuerzo emocional de relacionarnos con determinadas personas. Tomar conciencia de con quién te pasa y por qué, es un buen primer paso para superar este freno. Eso es autoconocimiento, primera habilidad de la inteligencia emocional. Después, la asertividad contigo y con las demás personas, otra habilidad que caracteriza a las personas emocionalmente inteligentes, es el mejor carril de aceleración para tus tareas más procrastinadas por esta razón.

Sobreestimas el tiempo que te va a llevar hacer una tarea, o lo subestimas.

En cualquier caso tus prejuicios y suposiciones sobre el esfuerzo o tiempo que necesita la tarea te invitan a hacer otras cosas antes, casi siempre menos costosas o más agradables. Paradójicamente ocurre que, cuando lo que más te preocupa es el tiempo, procrastinando lo único que consigues es consumirlo de forma poco productiva. Aumenta así la probabilidad de que te atropellen los plazos. Aquí, una buena estrategia de gestión del tiempo ayuda mucho, o como mínimo pararte a identificar bien la importancia y la urgencia de las cosas, de forma separada, para ordenar tus tareas en base a esos dos conceptos. Sin excusas.

Eres demasiado perfeccionista.

Y así nunca acabas la tarea en cuestión. La empiezas muchas veces, eso sí, pero nunca te parece que esté completa. Siempre la tienes ahí en “pendiente”. Con el tiempo, puedes llegar incluso a cambiar completamente todo lo que ya llevabas hecho. ¿Te suena? En estos casos, una buena opción es rebajar tu nivel de exigencia. No es fácil, pero sí es posible. Acuérdate de la manida frase “Lo perfecto es enemigo de lo bueno”, y busca el placer de marcar como completada la tarea. 

No tienes ni idea de cómo empezar a hacer eso que tienes que hacer. 

En estos casos es fácil que renunciemos antes de empezar porque vemos la tarea demasiado complicada, abstracta o compleja. Puede ser por una baja expectativa de tus propias capacidades, o por el miedo a fracasar, o por la autoexigencia del perfeccionista que decíamos antes, o simplemente porque no sabes por dónde empezar. De nuevo el autoconocimiento emocionalmente inteligente y la autoestima son las primeras claves a trabajar. Eso posiblemente nos abrirá los ojos y, como poco, nos invitará a pedir ayuda sin sentirnos inútiles, o a buscar orientación en las redes sin pensar que perdemos el tiempo. Cambiar la tarea de “hacerlo” por la de “prepararme para hacerlo” puede ser un buen comienzo para el desbloqueo.

Hay más razones por las que procrastinamos. Muchas más. A veces es sólo porque realmente no te importa nada hacer eso que te has propuesto. Por eso, aquí tienes una buena última pregunta cuya respuesta va directamente a fortalecer tu autoconocimiento y así tu inteligencia emocional: ¿es eso realmente lo que quieres? ¿Qué quieres?